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Sexismo Ambivalente

Una parte importante de las investigaciones sobre el tema de la violencia se ha centrado en el desarrollo de modelos explicativos que permitan entender por qué ocurre y, en base a ello, diseñar programas de prevención y tratamiento. Estos modelos se pueden agrupar en dos grandes bloques (Villavicencio,1993; Villavicencio y Sebastián, 1999): teorías sociológicas y psicológicas.

Las teorías sociológicas incluyen, en opinión de Johnson (1995), la denominada perspectiva de la violencia familiar y la perspectiva feminista. Desde la perspectiva de la violencia familiar se considera que el origen del maltrato está en la crisis de la institución familiar, generada por los estresores externos y los cambios a los que está sometida. Se considera que, cuando se da, esta violencia no aumenta y que hombres y mujeres son violentos por igual e igualmente responsables del problema, aunque las mujeres lleven la peor parte de las consecuencias.

Desde la perspectiva feminista se considera que el maltrato tiene su origen en los valores patriarcales que llevan a los hombres a tratar de someter a las mujeres. En este sentido, se piensa que en las relaciones de maltrato suele existir una escalada de violencia con objeto de generar primero, y mantener, después el control y que la violencia en la pareja es ejercida por los hombres y padecida por las mujeres.

Las teorías psicológicas buscan la causa del maltrato en factores individuales, y muy especialmente en la presencia de algún tipo de psicopatología. Actualmente estos factores están descartados como causa única (Roberts et al., 1998) y se cuestiona si la psicopatología del maltratador desempeña algún papel en la génesis de este problema (Ferrer et al., 2002).

Los modelos multicausales (Stith y Rosen, 1992; Stith y Farley, 1993; Corsi 1995; Berkowitz 1996; O'Neil y Harway 1997; Echeburúa y Fernández-Montalvo 1998; Heise 1998) consideran el maltrato de mujeres como un fenómeno complejo que sólo puede ser explicado a partir de la intervención de un conjunto de factores diversos, incluyendo factores individuales, sociales y del contexto concreto de la pareja.

Entre los factores que se barajan en estos modelos están las creencias y actitudes de los maltratadores. Así, por ejemplo, Walker (1984), Briere (1987) y Fernández-Montalvo y Echeburúa (1997) obtuvieron resultados que relacionaban la presencia de creencias y actitudes negativas de los maltratadores hacia las mujeres con el maltrato, mientras Neidig, Friedman y Collins (1986) no observaron relación en este sentido. Por su parte, los resultados obtenidos por Dobash y Dobash (1978), Rosembaum y O'Leary (1981), Walker (1983), Telch y Lindquist (1984), Saunders et al. (1987) y Crossman, Stith y Bender (1990) establecieron la existencia de una relación entre la adscripción de los maltratadores al estereotipo de rol de género tradicional y la presencia de maltrato. En cambio, los resultados de Browning (1983), LaViolette, Barnett y
Miller (1984), Hotaling y Sugarman (1986) y Dutton (1988) negaban dicha relación.

Trabajos como los de Yllo y Straus (1984) y Smith (1990) detectaron que la presencia de maltrato estaba estrechamente relacionada con la ideología patriarcal de los maltratadores. Finalmente, Briere (1987) y Saunders et al. (1987) observaron que la actitud positiva hacia la violencia (interpersonal o contra la pareja) y la presencia de maltrato de mujeres estaban relacionadas. Browning (1983) y Dutton (1988) obtuvieron resultados contrarios.

Por lo que se refiere a 1os modelos explicativos, además de en la teoría feminista, las actitudes se incluyen en casi todos los modelos multicausales. Así, por ejemplo, Stith y Farley (1993) incluyen en su modelo el igualitarismo de rol sexual y las actitudes positivas hacia la violencia doméstica. Corsi (1995) y Heise (1998) examinan la función de las creencias y valores patriarcales imperantes. Berkowitz (1996) considera que las normas y valores sociales que legitiman el dominio masculino en la familia y la sociedad y la dependencia femenina favorecen la aparición de violencia familiar.

Echebunía y Fernández-Montalvo (1998) entienden los estereotipos sexuales machistas como uno de los factores que influye sobre la actitud de hostilidad que presenta el maltratador. Y O'Neil y Harway (1997) que presentan un modelo con cuatro grupos de factores que consideran presentes en la violencia entre hombres y mujeres: factores macrosociales, relacionales, de socialización del rol y, por último, de tipo biológico y psicológico.

Los factores macrosociales nos sitúan en una sociedad que es percibida como contribuyente a la violencia contra las mujeres, apoyando directa o indirectamente comportamientos tradicionales que mantienen las desigualdades de poder a través de la violencia doméstica.

Los factores relacionales surgen con la relación de pareja y son, en muchos casos, los causantes de los brotes de conductas violentas, al intentar repetir los patrones observados en la relación de los padres (disfuncional) en la propia pareja. También se incluiría el ciclo del maltrato de Walker (1984), una estructura espiral que consta de cuatro fases y que cada vez tienen mayor intensidad y existe un menor intervalo entre ellas. Son las etapas de tensión, explosión, arrepentimiento y luna de miel.

Otros factores relacionales apenas están estudiados, pero sería interesante verificar, por ejemplo, en qué medida las interrelaciones personales y verbales entre hombres y mujeres están en el origen de la violencia de pareja, de modo que se pudiera verificar si en realidad estamos ante patrones de comunicación socializados de diferente modo o, dicho de otro modo, ante culturas de género diferente, ante dos culturas en conflicto. La única y muy superficial conclusión a la que se ha llegado en este sentido es que la violencia psicológica es precursora de la violencia física (Huici, 2006)

Los factores de socialización de rol están referidos a actitudes y creencias negativas contra la mujer y a la idea de que existe un conflicto existencial entre hombres y mujeres, percibiendo la masculinidad de una manera defensiva, asemejándose el propio sentimiento machista o la homofobia a un sentimiento de racismo sexual.

Los factores psicológicos  están relacionados con los perfiles de maltratador: el violento sólo en familia, el disfórico límite, y el antisocial (Holzworth-Munroe y Stuart, 1994), coincidiendo todos ellos en proceder de un entorno deficitario en afecto, comunicación y habilidades sociales:

El que es violento solo con la familia muestra, en general, alta dependencia respecto a su pareja, bajos niveles de impulsividad, pocas habilidades de comunicación y procede de familias con experiencia en la violencia de pareja.

El disfórico-límite tiene antecedentes de rechazo parental, incluso de haber padecido abuso infantil, muestra también alta dependencia respecto a la pareja, poca capacidad de comunicación y pocas habilidades sociales, pero se caracteriza además por la hostilidad hacia las mujeres y su falta de remordimientos.

El generalmente violento o antisocial suele tener también antecedentes de violencia familiar de origen, déficits en comunicación y habilidades sociales, se mueve a veces en ámbitos cercanos a la delincuencia y percibe la violencia como una respuesta apropiada a la provocación o como una conducta arbitraria admisible.

En cuanto a los patrones de relación, los tres tipos de maltratador tienen diferentes tipos de conductas agresivas. Porque, aunque se suela decir que la violencia puede tener en cualquier ámbito y circunstancia, si que existen ciertos patrones de conducta.

Quien es violento sólo con la familia es más probable, por su baja capacidad de comunicación y de resolución de problemas, que entre en ciclos de escalada entre conflicto verbal y agresión física. Pero la mujer puede a veces contestar a la agresión, dada la menor gravedad que suelen presentar los problemas.

El disfórico límite, es el más peligroso de los tres y especialmente el que más peligroso hace que la mujer deje la relación, se caracteriza por la intensa posesividad, los celos, la exigencia de lealtad, el rechazo de todo control, la vigilancia intensa de la mujer, el acecho y el control de su conducta. En una relación, tal tipo de conducta se puede detectar pronto.

El generalmente violento o antisocial se caracteriza por la impulsividad e impredictibilidad de su conducta, la despersonalización de la pareja y la extrema opresión: las mujeres informan de ataques sin previo conflicto, lo que da lugar a un grado superlativo de terror y traumatización (Huici, 2006).

Una teoría alternativa a todas las anteriores es la planteada por Blanca Vázquez (1999) ligada a las teorías feministas y alternativa a estos enfoques.  Concretamente, propone que, en vez de contemplar el maltrato de mujeres como una variable discreta que ocurre o no, podría entenderse como un continuum que ocurre en mayor o menor medida en todas las familias. Obviamente, esto no significa que todas las familias sean abusivas, sino que en ellas se refleja de algún modo el sistema de poder jerárquico, estructurado y patriarcal.

Esta autora sigue argumentando que hasta hace algunas décadas esa estructura jerárquica era aceptada sin discusiones. Sin embargo, actualmente se produce una situación paradójica pues teóricamente la relación de pareja se establece entre dos personas iguales en derechos y deberes (igualitarismo teórico) pero en la práctica la estructura implícita (el poder patriarcal) no ha desaparecido ni ha sido sustituida por nuevas formas de relación entre hombres y mujeres. En esta indefinición, la problemática de pareja podría desembocar fácilmente en el abuso psicológico del hombre a la mujer, llegando al abuso físico en ciertos casos.

El motor que frenaría/ liberaría los mecanismos que impiden o permiten que el abuso siga avanzando en ese continuum y llegue a convertirse en formas extremas de violencia son las actitudes y creencias misóginas, que, por otra parte, correlacionan directamente con mayores niveles de masculinidad/ feminidad tradicionales. Estas actitudes misóginas estarían relacionadas con la presencia de creencias sesgadas y estereotipadas sobre los roles de género, sobre la inferioridad natural de las mujeres, y sobre la legitimidad de usar la violencia contra ellas como forma aceptable de resolver los conflictos interpersonales y constituirán el elemento clave para diferenciar a maltratadores de no maltratadores (Ferrer y Bosch, 2000; Bosch y Ferrer, 2002).

Algunas hipótesis también apuntan a las actitudes y creencias misóginas como factor explicativo importante en los casos de violencia de pareja. Podría ser un elemento común y característico diferenciador de los maltratadores (Coleman, 1980; Roy, 1982; Sonkin, Martin y Walker, 1985; Medina, 1994; Fernández-Montalvo y Echeburúa, 1997; Echeburúa y Fernández-Montalvo, 1998; Defensor del Pueblo, 1998). Así, se citan como características propias de éstos las siguientes:

Se trataría de hombres tradicionalistas, que creen en los roles sexuales estereotipados, es decir, en la supremacía del hombre y en la inferioridad de la mujer. Citando textualmente el reciente Informe del Defensor del Pueblo (1998): "No presentan una psicopatología específica sino más bien una serie de rasgos y actitudes propias y características del estereotipo masculino".

Consecuentemente con lo anterior, creen que, como hombres, tienen el poder dentro del sistema familiar y desean mantenerlo, usando para ello la violencia física, la agresión sexual, etc.

Y también relacionado con su modo de entender el estereotipo masculino, entenderían que la mujer no es una persona, sino un ser inferior, una "cosa" a la que tienen que manejar y controlar. Como parte de ese control aparecerían los celos, el aislamiento social de su pareja, el mantenerla en una situación de dependencia. De hecho, los celos patológicos aparecen con harta frecuencia como una característica típica de los maltratadores (Faulkner, Stoltemberg, Logen, Nolder y Shooter, 1992; Saunders, 1992).

En definitiva, como resumen, podemos considerar que la conducta violenta en el hogar constituye un intento de controlar la relación y es el reflejo de una situación de abuso de poder, por ello se ejerce por parte de quienes detentan ese poder y la sufren quienes se hallan en una posición más vulnerable (Echeburúa y Corral, 1998).

① Los factores biológicos han sido excluidos por no ser concluyentes (quizás, por el momento) las investigaciones que relacionan los niveles hormonales, neuronales, etc., con la violencia de pareja.

② El término misoginia está formado por la raíz griega "miseo", que significa odiar, y "gyne" cuya traducción sería mujer, y se refiere al odio, rechazo, aversión y desprecio de los hombres hacia las mujeres y, en general, hacia todo lo relacionado con lo femenino. Ese odio (sentimiento) ha tenido frecuentemente una continuidad en opiniones o creencias negativas sobre la mujer y lo femenino y en conductas negativas hacia ellas. A lo largo de la historia, y también de la historia de las ciencias en general y de la psicología en particular, podemos encontrar ejemplos al respecto, tal y como hemos revisado en otros trabajos (Bosch, Ferrer y Gili, 1999).

 

 

Factores presentes en la Violencia de Pareja

El Machismo y los Micromachismos

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El Paternalismo

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